Juan Jesús Barquero Baena
Al cobijo centenario de los plátanos de sombra de la Plaza del Campillo Bajo, el Restaurante Chikito ofrece comidas y tapas de solera. En la fachada, una placa de cerámica, de estilo autóctono y brillo acuoso, rescata del olvido la tertulia más célebre de Granada. “En esta casa antiguo “Café Alameda” –«proclama la inscripción»– se reunía entre 1915 y 1929 la Tertulia Literaria de “El Rinconcillo”. A principios del siglo XX, el Café Alameda presentaba una clientela variopinta: “…matarifes por la mañana, toreros y tíos de copa por las tarde, y por las noches gente intelectual y gustosa de la música de cámara” (Rafael Santiago de la Torre, “Federico y su tiempo”, 2017). Durante cerca de 15 años, se celebró allí la tertulia que frecuentaba el poeta español más universal.
A finales de los años 20, Federico García Lorca y sus amigos publican en Granada una revista literaria que defiende las tendencias artísticas de vanguardia. El 9 de marzo de 1928, sale a la venta la revista Gallo, donde la sátira y la crítica mordaz eran los instrumentos para desafiar al orden establecido; y remover los sectores más conservadores de la sociedad granadina: “los cavernícolas” o “los putrefactos”, como los calificaba Lorca. Sólo se publican dos números. En Gallo colaboraron figuras tan insignes como el poeta Jorge Guillén, Melchor Fernández Almagro, José Bergamín, Francisco Ayala o el pintor Salvador Dalí, que dibujó, entre otras ilustraciones, el membrete de la revista. Como no, un gallo.
Poco después, el 18 de marzo, en respuesta al argumentario de Gallo apareció la revista Pavo. Su objetivo: parodiar y atacar de manera feroz la publicación capitaneada por Lorca. La pasión se desbordó en las tertulias que con frecuencia se desmadraban en ruidosos guirigays efervescentes. Granada se dividió en “Gallistas” y “Pavistas”: las dos Españas, versión malafollá granatiensis. El debate recaló en la Universidad. Hubo discusiones que llegaron a las manos. Pavo practicaba una crítica salvaje de Gallo y, de modo particular, atacaba la obra de Lorca. El vodevil alcanzó su apogeo cuando Pavo recibió un telegrama de apoyo del cursi Isidoro Capdepón Fernández, poeta apócrifo inventado por los contertulios de “El Rinconcillo”. Federico en su atmósfera: “¡Anda, jaleo, jaleo. Ya se acabó el alboroto y vamos al tiroteo!”
En la página uno del primer ejemplar de la revista Pavo apareció el poema “Romance no gallista”. La composición escondía el acróstico “PAVO ESTÁ HECHO POR LA REDACCIÓN DE GALLO”. Un acróstico es un jeroglífico que esconde un secreto, un mensaje encriptado, a veces con intencionalidad humorística e irónica. En esos días, nadie –salvo la muchachada de “El Rinconcillo”– entendió la intención. No hay ninguna duda de la autoría del Romance: Lorca. Los sucesos son narrados –entre otros– por el biógrafo por antonomasia del poeta de Fuentevaqueros, el irlandés Ian Gibson. En su obra “Vida, Pasión y Muerte de Federico García Lorca”, el autor reflexiona sobre los objetivos de Federico: “Lorca pide, en realidad, que se cumpla el programa propuesto por Ángel Ganivet, treinta años antes, en Granada la Bella. O sea, la lucha por una Granada Universal”. El hispanista añade que “…la meta que se habían propuesto los gallistas era irritar a la burguesía granadina”. “Y lo lograron”. Federico transformó Granada en un tablao donde pergeñó una fastuosa comedia de enredo.
Esta epopeya gamberra es el resultado de la mente burlona de Lorca, el poeta que forma parte del paisaje de Granada (para la desesperación de algún cavernícola). Tan granadino como el Paseo de los Tristes, saborear rosetas en la Alcaicería o la lontananza de la Torre de la Vela. Pavo, al igual que Gallo, fue editada por el mismo poeta y sus contertulios. Federico firmó en Pavo críticas feroces a su propia poesía, tensando los sucesos con la astucia de su ironía y su imaginación desbordante. El repertorio de bromas del autor de Yerma o la Casa de Bernarda Alba era extensísimo. En 1955, José María García Carrillo, amigo íntimo de Federico desde la infancia, relató al investigador norteamericano Agustín Peñón la anécdota siguiente: “…Cuando Federico volvió de Nueva York, un día fue a verlo; él estaba atareado encerrado en su estudio, con prisas por terminar un trabajo que tenía que entregar. Cuando llamó Federico, Pepe le abrió la puerta y fastidiado le dijo: “¿Se puede a saber a qué has venido?” “A verte. ¿Es que no puedo venir?” “Entra, pero no molestes”, le advirtió Pepe. “Yo no soy un poeta rico al que mantiene su padre, yo tengo que trabajar para vivir.” Federico que parecía muy ofendido, le contestó: “Adiós, ya me voy y esta vez es para siempre.” Y salió dando un tremendo portazo. Pepe siguió trabajando y al poco rato notó que entreabrían la puerta, miró y vio a Federico avanzando hacia él de rodillas, la cabeza baja y los brazos en cruz. Pepe no pudo resistirse más y los dos acabaron por irse juntos a la calle.” (Marta Osorio, “Miedo, olvido y fantasía”, 2000).
El diplomático chileno, y gran amigo de Federico, Carlos Morla Lynch, relata en su diario las bromas encadenadas que Lorca le hizo a la vuelta de un viaje. “Ha telefoneado dos veces en el día y una en la noche sin dar su nombre. La primera llamada fue para hacerse pasar por «un señor Don Pepe», de Tortosa, que deseaba obtener una recomendación para el presidente de Chile con el fin de establecer en Antofagasta, la región más árida del país, en la que escasea el agua, un negocio de piscinas. Se lo creí y lo cité para mañana.” “La segunda vez me declaró, con voz ronca, «que era un novillero que tenía encargo de Cagancho de ofrecerme el puesto de mozo de estoques en su cuadrilla». También se lo creí, pensando que «eran cosas de gitano».” («Morla adoraba al torero Cagancho; incluso lo atendió en su lecho de muerte»). “Por último –envalentonado con mi ingenuidad– llamó cuando ya me hallaba en la cama, cansado y con sueño, para comunicarme, en un tono airado, «que yo no había pagado el mono que compré anoche en la calle de Alcalá». Y como yo todo lo creo posible, iba a contestar «que se trataba de un error de personas», cuando soltó la carcajada. Y lo reconocí.” “Aparece no obstante, un rato después y se sienta a los pies de mi cama, animado, charlador, alegre como unas pascuas. – ¿Cómo puedes pensar en dormir «cuando la vida está que arde fuera»?” “Y mi habitación se va llenando poco a poco de visitantes que lo escuchan embelesados. Se podría escribir un libro con el relato que nos hace de las peripecias de su viaje.” “A las dos de la mañana se pone en pie y con un cepillo se limpia el traje de arriba abajo…, y creo que se marcha. Pero no. Afina la guitarra y comienza a cantar granadinas y fandangos. Y a mí se me empieza a revolver el alma.” “A las cuatro le imploro que se vaya, a pesar de que ya no me siento con sueño ni cansado; tengo más bien ganas de levantarme y de irme con todos ellos a tomar chocolate a la Puerta del Sol o la Plaza Mayor. Pero me dice que debo reposar porque tiene para mañana dos entradas para la corrida de Tetuán.” Desternillante. Las cosas de Federico.
Según Morla, los ojos de Lorca son a la vez sombríos y risueños, “esa paradoja de alegrías y tristezas reunidas que realiza en sus poemas”. Federico pensaba que la melancolía podría ser una forma de felicidad y sosiego. Era capaz de escribir la poesía más triste; también vivir exultante lo cotidiano. En el “Pequeño Vals Vienés” el poeta presenta la nostalgia dolorosa de una ruptura sentimental: “En Viena hay cuatro espejos, donde juegan tu boca y los ecos…” Leonard Cohen, magistral, implementó música al “Pequeño Vals” («Take this Waltz») y lo hizo popular en todo el mundo. La magia de la cultura: la poesía de Federico es traducida al inglés y musicada por Cohen. Más tarde, artistas españoles adoptan la música del poeta y cantautor canadiense para trovar a Lorca en su idioma vernáculo, el castellano. Así la voz de Enrique Morente y de Silvia Pérez Cruz –parafraseando a Lorca– despiertan al duende “en las últimas habitaciones de la sangre”. Federico, y su obra, eran, son, Universos vivos en expansión, brillantes y calientes, colmados de mundos surrealistas; con sus verdes lunas y soleares, materia obscura y pena negra infinita.
García Lorca, con un ejemplar de Gallo bajo un brazo y Pavo en el otro, eternamente desde la Arcadia de los poetas se carcajea chacotero. Dicen de Federico que lo llenaba todo con su presencia. A su vera no se podía estar serio: la broma, el juego, la risa, la alegría, el sarcasmo…, eran partes de su alma burlesca y de sus vivencias. Poseía un maravilloso sentido del humor que manifestaba con una risa sonora, amplia, blanca y eterna. Lorca es el gallo trovador guasón que despierta al alba el espíritu de la Granada auténtica. Poco a poco modula y acalla el sonido estridente de la Granada hermética, fuerza muerta cavernícola y putrefacta que, aún hoy, se pavonea inquisitorial por esta tierra.