María José Pérez Contreras (profesora de Lengua y Cultura Españolas, CLM)
Aprender a conducir es tarea ardua para aquellos a los que como yo, se nos atravesó el examen práctico; aprender a enseñar también lo es. Las primeras veces que subes a un coche o entras al aula tras obtener el deseado carné o título son difíciles. Te subes en el vehículo, abres el libro; enciendes el motor, te presentas a los estudiantes; y sales a la calle con los nervios en el estómago y empiezas la clase con los nervios en el estómago, propios de cualquier principiante.
A veces, el coche se cala: no sabes la respuesta y hay que respirar profundo para volver a ponerlo en marcha; a veces, te saltas un semáforo: te confundes en la explicación y hay que respirar profundo al saber que no has provocado ningún accidente; a veces, frenas bruscamente: la actividad que habías preparado no sale como esperabas y hay que respirar profundo al ver que puedes rehacer o cambiar tu camino, ya podrás hacerlo mejor otro día. Y poco a poco te vas haciendo con el vehículo para llegar a tu destino: el aprendizaje.
Llega un día en que todo empieza a ir sobre ruedas, y coges tu coche, entras al aula y recorres la carretera de forma rutinaria a pesar de los baches, las vías desconocidas o lo imprevistos que no esperas en tu camino. Sabes sobrellevar cualquier incidente y ya no tienes miedo ni a las cuestas ni a los terrenos complicados porque puedes superar casi cualquier dificultad.
Así estaba yo en estos últimos meses, siguiendo mi rutina diaria hasta que llegó el día 13 de marzo, aquel día en que me levanté sabiendo que en mi ciudad estaban haciendo obras desde hacía unos meses y me olía que algo iba a cambiar. No me equivoqué, mi ruta se vio desviada por un cartel que decía: Desvío por COVID 19. Allí, pegué el frenazo y se me mostró un nuevo camino que hasta ese momento para mí era desconocido.
Fue muy duro al principio, caí en un terreno encharcado y me costó sacar el coche, pero lo puede hacer gracias a la ayuda de aquellos que pasaban por el camino y se encontraban en mi misma situación. Se me pinchó la rueda y tuve que aprender a cambiarla, cosa de la que me veía incapaz unos meses antes. Tuve que pintar el coche por los arañazos provocados por esas callejuelas tan extrañas y desconocidas en las que me tuve que adentrar y quedó incluso más bonito que antes. Además, descubrí nuevos paisajes y miradores en los que paré para echar un vistazo con el fin de ver la nueva perspectiva que me brindaba esta vía. Ante mí se abría un camino hasta antes desconocido pero que auguraba que podría ser incluso mejor que el anterior.
Poco a poco me fui haciendo con esta nueva ruta: clases en línea, actividades digitalizadas, herramientas, nuevos programas, etc. De todos los nuevos aspectos de mi ruta había uno que me traía de cabeza: la pérdida de la presencialidad. Tenía mucho apego a mi antiguo camino, lo conocía y me gustaba, así que era reacia a hacerme con el nuevo.
De esta manera empecé a pensar cómo podría resolver el hecho de que en mi nueva situación mis alumnos tenían que encender una cámara y a veces no lo hacían: se me va el wifi, me da vergüenza, no me apetece…los baches eran muchos. Seguía pensando en cómo sortear cada obstáculo. Para mí, el juego es fundamental en el aula presencial, ya realicé una comunicación sobre el tema¹ y estoy muy convencida de que además de ser una estrategia efectiva para el aprendizaje, lo es para cohesionar al grupo y aportar mayor afectividad.
Con la idea del juego y la evasión de encender la cámara, empecé a pensar cómo poner en práctica aquello que me había funcionado en mi ruta anterior, hasta que di con el gps perfecto que me mostró el camino correcto y así, creé unas dinámicas que fueron muy exitosas en mi recién estrenado nuevo curso de español online:
1. Actívate: Con muchas de las actividades entre pares y tríos gramaticales (ser/estar, por/para, imperfecto/indefinido/perfecto, etc.) se puede establecer un juego de movimiento activo, proponiendo a los alumnos movimientos (una palmada, levantarse de la silla, girar, etc. ) que corresponden a cada una de las respuestas posibles.
2. ¿Qué se verá desde tu ventana?: Para actividades relacionadas con las hipótesis se puede plantear que los alumnos hagan suposiciones sobre cómo es la habitación desde la que están conectados sus compañeros de clase, qué se ve desde la ventana, a dónde da, dónde está la puerta, etc.
3. Un objeto curioso: Para descripción y oraciones relativas se puede pedir que enseñen objetos o elementos que tienen en ese momento en su habitación, dando por hecho que habrá muchas más posibilidades que en un aula presencial ya que el espacio además de personal es más amplio y con mayor número de elementos.
4. Habilidades: También se puede aprovechar el uso de la cámara para que los alumnos demuestren habilidades a la hora de hablar de cosas que saben hacer, que se les da bien/mal, le cuesta/n así como un sinfín de actividades que piden movimiento. ¡Yo he llegado hasta a bailar en la clase online!
Aunque al principio la empinada cuesta del uso de la cámara se me hizo difícil, apliqué estas estrategias y me di cuenta de que el motor me respondía y lo mejor de todo, mis pasajeros estaban felices. Seguro que muchos profes de lenguas podrán encontrar en estos trayectos alternativos una buena opción de viaje y seguramente proponer otros nuevos.
No hay que perder el miedo a lo nuevo, hay que buscar formas de hacer que las nuevas rutas se hagan a nosotros. El aprendizaje que he obtenido de este desvío es que finalmente he llegado sana y salva a mi destino y al mismo tiempo he alcanzado mi meta: hacer que mis alumnos aprendan español.
[1] «Jugar a aprender: El contenido lúdico como elemento estrella en la clase de español” María José Pérez Contreras. Actas del I New Trends in Foreign Language Teaching, PETALL 2016